• Mi Tiempo

    Benito

    Desde que mi hijo Ignacio tuvo la capacidad de entender lo razonable, trate de despertar en él su interés por el ahorro.
    Al principio fue un juego en el que se trataba de colar las monedas por la rendija de una hucha, luego todo se hizó más familiar. Su cerdito de barro ahora se llama Benito, y según mis hijos engorda con las monedas que se traga a diario.

    Se ha convertido en tradición el romper a Benito una vez al año, coincidiendo con el cumpleaño de cada uno de ellos. Con el martillo del abuelo en mano, basta con un par de golpes para que Benito nos brinde su botín de monedas acumuladas durante todo un año. Al día siguiente vamos a la casa del dinero (banco) para guardarlo en una cuenta común con los ahorros de ambos.

    Espero que no pierdan estas costumbres. Al menos que mantengan a lo largo de sus vidas el sentido de guardar lo que no necesitemos en un determinado momento, para cuando nos pueda hacer falta.

    Este instinto del ahorro es tan ancestral que se diría natural en el hombre e incluso en animales. Quien no ha visto un perro enterrar un hueso para rescatarlo meses despues y saborearlo durante unos minutos. Quien no ha oido hablar de la fabula de la cigarra y la hormiga.

    No me gustaría que mis hijos vivieran como hormigas sin disfrutar de la vida, pero tampoco me hago a la idea de que sean solo cigarras. Mientras se hacen grandes seguiré enseñándoles los valores de aquello que creo razonable.